Francisco de Aldana – searchable text

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Sonnet XII, ‘What is the cause, my Damon’

¿Cuál es la causa, mi Damón, que estando
en la lucha de amor juntos trabados
con lenguas, brazos, pies y encadenados
cual vid que entre el jazmín se va enredando

y que el vital aliento ambos tomando
en nuestros labios, de chupar cansados,
en medio a tanto bien somos forzados
llorar y suspirar de cuando en cuando?’

Amor, mi Filis bella, que allá dentro
nuestras almas juntó, quiere en su fragua
los cuerpos ajuntar también tan fuerte

que no pudiendo, como esponja el agua,
pasar del alma al dulce amado centro,
llora el velo mortal su avara suerte.’

What is the cause, my Damon, that as
we together in love’s tussle are combined
with tongues and arms and feet, and all enchained
like grapevines that in jasmine get entwined,

and, taking both of us the breath of life
in through our lips, worn out from sips sublime,
amidst such joy we find ourselves compelled
to groan and sigh out loud from time to time?’

Love, my Phyllis fair, who deep inside
our souls did bind, within his forge aspires
our bodies to conjoin with force as great,

and since it can’t — like water with a sponge —
pass into the beloved soul’s sweet core,
the mortal veil bemoans its shabby fate.’

Source

Francisco de Aldana (1985), Poesías castellanas completas, ed.J. Lara Garrido (Madrid, Cátedra), 201–2. English translation by Alix Ingber (http://www.poesi.as/fas012uk.htm).

 

Carta para Arias Montano

Montano, cuyo nombre es la primera
estrellada señal por do camina
el sol el cerco oblicuo de la esfera,

nombrado así por voluntad divina,
para mostrar que en ti comienza Apolo
la luz de su celeste diciplina:

yo soy un hombre desvalido y solo,
expuesto al duro hado cual marchita
hoja al rigor del descortés Eolo;

mi vida temporal anda precita [10]
dentro el infierno del común trafago
que siempre añade un mal y un bien nos quita.

Oficio militar profeso y hago,
¡baja condenación de mi ventura!,
que al alma dos infiernos da por pago:

los huesos y la sangre que Natura
me dio para vivir, no poca parte
dellos y della he dado a la locura,

mientras el pecho al desenvuelto Marte
tan libre di que sin mi daño puede, [20]
hablando la verdad, ser muda el arte;

y el rico galardón que se concede
a mi (llámola así) ciega porfía
es que por ciego y porfiado quede.

No digo más sobre esto, que podría
cosas decir que un mármol deshiciese
en el piadoso humor que el ojo envía,

y callaré las causas de interese,
(no sé si justo o injusto) que en alguno
hubo porque mi mal más largo fuese;
[30]

menos te quiero ser ora importuno
en declarar mi vida y nacimiento,
que tiempo dará Dios más oportuno:

basta decir que cuatro veces ciento
y dos cuarenta vueltas dadas miro
del planeta septeno al firmamento

que en el aire común vivo y respiro,
sin haber hecho más que andar haciendo
yo mismo a mí crüel, doblado tiro

y con un trasgo a brazos debatiendo [40]
que al cabo, al cabo, ¡ay Dios!, de tan gran rato
mi costoso sudor queda rїendo.

Mas ya, ¡merced del Cielo!, me desato,
ya rompo a la esperanza lisonjera
el lazo en que me asió con doble trato:

pienso torcer de la común carrera
que sigue el vulgo y caminar derecho
jornada de mi patria verdadera;

entrarme en el secreto de mi pecho
y platicar en él mi interior hombre, [50]
dó va, dó está, si vive, o qué se ha hecho.

Y porque vano error más no me asombre,
en algún alto y solitario nido
pienso enterrar mi ser, mi vida y nombre

y, como si no hubiera acá nacido,
estarme allá, cual Eco, replicando
al dulce son de Dios, del alma oído.

Y ¿qué debiera ser, bien contemplando,
el alma sino un eco resonante
a la eterna beldad que está llamando
[60]

y, desde el cavernoso y vacilante
cuerpo, volver mis réplicas de amores
al sobrecelestial Narciso amante;

rica de sus intrínsicos favores,
con un piadoso escarnio el bajo oficio
burlar de los mundanos amadores?

En tierra o en árbol hoja algún bullicio
no hace que, al moverse, ella no encuentra
en nuevo y para Dios grato ejercicio;

y como el fuego saca y desencentra [70]
oloroso licor por alquitara
del cuerpo de la rosa que en ella entra,

así destilará, de la gran cara
del mundo, inmaterial varia belleza
con el fuego de amor que la prepara;

y pasará de vuelo a tanta alteza
que, volviéndose a ver tan sublimada,
su misma olvidará naturaleza,

cuya capacidad ya dilatada
allá verá do casi ser le toca
[80]
en su primera Causa transformada.

Ojos, oídos, pies, manos y boca,
hablando, obrando, andando, oyendo y viendo,
serán del mar de Dios cubierta roca;

cual pece dentro el vaso alto, estupendo,
del Océano irá su pensamiento
desde Dios para Dios yendo y viniendo:

serále allí quietud el movimiento,
cual círculo mental sobre el divino
centro, glorioso origen del contento;
[90]

que, pues el alto, esférico camino
del cielo causa en él vida y holganza,
sin que lugar adquiera peregrino,

llegada el alma al fin de la esperanza,
mejor se moverá para quietarse
dentro el lugar que sobre el mundo alcanza,

do llega en tanto extremo a mejorarse
(torno a decir) que en él se transfigura,
casi el velo mortal sin animarse:

no que del alma la especial natura, [100]
dentro al divino piélago hundida,
cese en el Hacedor de ser hechura

o quede aniquilada y destrüida,
cual gota de licor que el rostro enciende,
del altísimo mar toda absorbida,

mas como el aire, en quien en luz se extiende
el claro sol, que juntos aire y lumbre
ser una misma cosa el ojo entiende.

Es bien verdad que a tan sublime cumbre
suele impedir el venturoso vuelo
[110]
del cuerpo la terrena pesadumbre,

pero, con todo, llega al bajo suelo
la escala de Jacob, por do podemos
al alcázar subir del alto cielo,

que, yendo allá, no dudo que encontremos
favor de más de un ángel diligente
con quien alegre tránsito llevemos.

Puede del sol pequeña fuerza ardiente
desde la tierra alzar graves vapores
a la región del aire allá eminente,
[120]

¿y tantos celestiales protectores,
para subir a Dios alma sencilla,
vernán a ejercitar fuerzas menores?

Mas pues, Montano, va mi navecilla
corriendo este gran mar con suelta vela,
hacia la infinidad buscando orilla,

quiero, para tejer tan rica tela,
muy desde atrás decir lo que podría
hacer el alma que a su Causa vuela.

Paréceme, Montano, que debría [130]
buscar lugar que al dulce pensamiento,
encaminando a Dios, abra la vía,

adó todo exterior derramamiento
cese, y en su secreto el alma entrada
comience a examinar, con modo atento,

antes que del Señor fuese crïada
cómo no fue, ni pudo haber salido
de aquella privación que llaman nada;

ver aquel alto piélago de olvido,
aquel sin hacer pie luengo vacío,
[140]
tomado tan atrás del no haber sido;

y diga a Dios: «¡Oh causa del ser mío,
cuál me sacaste desa muerte escura,
rica del don de vida y de albedrío!»

Allí, gozosa en la mayor natura,
déjese el alma andar süavemente
con leda admiración de su ventura;

húndase toda en la divina fuente
y, del vital licor humedecida,
sálgase a ver del tiempo en la corriente:
[150]

veráse como línea producida
del punto eterno, en el mortal sujeto
bajada a gobernar la humana vida

dentro la cárcel del corpóreo afeto,
hecha horizonte allí deste alterable
mundo y del otro puro y sin defeto;

donde, a su fin únicamente amable
vuelta, conozca dél ser tan dichosa
forma gentil de vida indeclinable,

y sienta que la mano dadivosa [160]
de Dios cosas crïó tantas y tales,
hasta la más süez, mínima cosa,

sin que las calidades principales,
los cielos con su lúcida belleza,
los coros del Impíreo angelicales

consigan facultad de tanta alteza
que lo más bajo y vil que asconde el cieno
puedan crїar, ni hay tal naturaleza.

Enamórese el alma en ver cuán bueno
es Dios, que un gusanillo le podría
[170]
llamar su crïador de lleno en lleno,

y poco a poco le amanezca el día
de la contemplación, siempre cobrando
luz y calor que Dios de allá le envía.

Déjese descansar de cuando en cuando
sin procurar subir, porque no rompa
el hilo que el amor queda tramando,

y veráse colmar de alegre pompa,
de divino favor tan ordenado
cuan libre de desmán que le interrompa.
[180]

Torno a decir que el pecho enamorado
la celestial, de allá, rica inflüencia
espere humilde, atento y reposado,

sin dar ni recibir propia sentencia,
que en tal lugar la lengua más despierta
es de natura error y balbucencia.

Abra de par en par la firme puerta
de su querer, pues no tan presto pasa
el sol por la región del aire abierta

ni el agua universal con menos tasa [190]
hinchió toda del suelo alta abertura,
bajando a la región de luz escasa,

como aquella mayor, suma Natura
hinche de su divino sentimiento
el alma cuando abrírsele procura.

No que de allí le quede atrevimiento
para creer que en sí mérito encierra
con que al supremo obligue entendimiento,

pues la impotencia misma que la tierra
tiene para obligar que le dé el cielo
[200]
llovida ambrosia en valle, en llano, o en sierra,

o para producir flores el hielo
y plantas levantar de verde cima
desierto estéril y arenoso suelo,

tiene el alma mejor, de más estima,
para obligar que en ella gracia influya
el bien que a tanta alteza le sublima:

es don de Dios, magnificiencia suya,
divina autoridad que el ser abona,
de nuestra indignidad que no le arguya,
[210]

y cuando da de gloria la corona,
es último favor que los ya hechos,
como sus propios méritos, corona.

Así que el alma en los divinos pechos
beba infusión de gracia sin buscalla,
sin gana de sentir nuevos provechos,

que allí la diligencia menos halla
cuanto más busca, y suelen los favores
trocarse en interior, nueva batalla.

No tiene que buscar los resplandores [220]
del sol quien de su luz anda cercado,
ni el rico abril pedir hierbas y flores;

pues no mejor el húmido pescado
dentro el abismo está del Oceano,
cubierto del humor grave y salado

que el alma, alzada sobre el curso humano,
queda, sin ser curiosa o diligente,
de aquel gran mar cubierta ultramundano,

no, como el pece, sólo exteriormente,
mas dentro mucho más que esté en el fuego
[230]
el íntimo calor que en él se siente.

Digo que puesta el alma en su sosiego
espere a Dios cual ojo que cayendo
se va sabrosamente al sueño ciego,

que al que trabaja por quedar durmiendo,
esa misma inquietud destrama el hilo
del sueño, que se da no le pidiendo;

ella verá con desusado estilo
toda regarse, y regalarse junto,
de un salido de Dios sagrado Nilo; [240]

recogida su luz toda en un punto,
a Aquélla mirará de quien es ella
indignamente imagen y trasunto

y, cual de amor la matutina estrella
dentro el abismo del eterno día,
se cubrirá toda luciente y bella.

Como la hermosísima judía
que, llena de doncel, novicio espanto,
viendo Isaac que para sí venía,

dejó cubrir el rostro con el manto, [250]
y, descendida presto del camello,
recoge humilde al novio casto y santo:

disponga el alma así con Dios hacello
y de su presunción descienda altiva,
cubierto el rostro y reclinado el cuello,

y a aquella sacrosanta virtud viva,
única, crïadora y redentora,
con profunda humildad en sí reciba.

Mas ¿quién dirá, mas quién decir agora
podrá los peregrinos sentimientos
[260]
que el alma en sus potencias atesora?:

aquellos ricos amontonamientos
de sobrecelestiales inflüencias,
dilatados de amor descubrimientos;

aquellas ilustradas advertencias
de las musas de Dios sobreesenciales,
destierro general de contingencias;

aquellos nutrimentos divinales,
de la inmortalidad fomentadores,
que exceden los posibles naturales;
[270]

aquellos (¿qué diré?) colmos favores,
privanzas nunca oídas, nunca vistas,
suma especialidad del bien de amores.

¡Oh grandes, oh riquísimas conquistas
de las Indias de Dios, de aquel gran mundo
tan escondido a las mundanas vistas!

Mas ¡ay de mí!, que voy hacia el profundo
do no se entiende suelo ni ribera,
y si no vuelvo atrás, me anego y hundo.

No más allá. Ni puedo, aunque lo quiera. [280]
Do la vista alcanzó, llegó la mano;
ya se les cierra a entrambos la carrera.

¿Notaste bien, dotísimo Montano,
notaste cuál salí, más atrevido
que del cretense padre el hijo insano?

Tratar en esto es sólo a ti debido,
en quien el Cielo sus noticias llueve
para dejar el mundo enriquecido;

por quien de Pindo las hermanas nueve
dejan sus montes, dejan sus amadas
[290]
aguas, donde la sed se mata y bebe,

y en el santo Sïón ya trasladadas,
al profético coro por tu boca
oyendo están, atentas y humilladas.

¡Dichosísimo aquél que estar le toca
contigo en bosque o en monte o en valle umbroso
o encima la más alta, áspera roca!

¡Oh tres y cuatro veces yo dichoso
si fuese Aldino aquél, si aquél yo fuese
que en orden de vivir tan venturoso [300]

juntamente contigo estar pudiese,
lejos de error, de engaño y sobresalto,
como si el mundo en sí no me incluyese!

Un monte dicen que hay sublime y alto,
tanto que, al parecer, la excelsa cima
al cielo muestra dar glorioso asalto

y que el pastor con su ganado encima
debajo de sus pies correr el trueno
ve dentro el nubiloso, helado clima,

y en el puro, vital aire sereno [310]
va respirando allá, libre y exento,
casi nuevo lugar, del mundo ajeno,

sin que le impida el desmandado viento,
el trabado granizo, el suelto rayo,
ni el de la tierra grueso, húmido aliento:

todo es tranquilidad de fértil mayo,
purísima del sol templada lumbre,
de hielo o de calor sin triste ensayo.

Pareces tú, Montano, a la gran cumbre
deste gran monte, pues vivir contigo
[320]
es muerte de la misma pesadumbre,

es un poner debajo a su enemigo:
de la soberbia el trueno estar mirando
cuál va descomponiendo al más amigo;

las nubes de la invidia descargando
ver, de murmuración duro granizo,
de vanagloria el viento andar soplando,

y de lujuria el rayo encontradizo,
de acidia el grueso aliento y de avaricia,
con lo demás que el padre antiguo hizo;
[330]

y desta turba vil que el mundo envicia
descargado, gozar cuanto ilustrare
el sol en ti de gloria y de justicia.

El alma que contigo se juntare
cierto reprimirá cualquier deseo
que contra el proprio bien la vida encare;

podrá luchar con el terrestre Anteo
de su rebelde cuerpo, aunque le cueste
vencer la lid por fuerza y por rodeo,

y casi vuelta un Hércules celeste, [340]
sompesará de tierra ese imperfeto,
porque el favor no pase della en éste,

tanto que el pie del sensitivo afeto
no la llegue a tocar y el enemigo
al hercúleo valor quede sujeto;

de sí le apartará, junto consigo
domándole, firmado en la potencia
del pecho ejecutor del gran castigo;

serán temor de Dios y penitencia
los brazos, coronada de diadema
[350]
la caridad, valor de toda esencia.

Mas para conclüir tan largo tema,
quiero el lugar pintar do, con Montano,
deseo llegar de vida al hora extrema.

No busco monte excelso y soberano,
de ventiscosa cumbre en quien se halle
la triplicada nieve en el verano;

menos profundo, escuro, húmido valle
donde las aguas bajan despeñadas
por entre desigual, torcida calle:
[360]

las partes medias son más aprobadas
de la natura, siempre fructüosas,
siempre de nuevas flores esmaltadas.

Quiero también, Montano, entre otras cosas,
no lejos descubrir de nuestro nido
el alto mar, con ondas bulliciosas:

dos elementos ver, uno movido
del aéreo desdén, otro fijado
sobre su mismo peso establecido;

ver uno desigual, otro igualado, [370]
de mil colores éste, aquél mostrando
el claro azul del cielo no añublado.

Bajaremos allá de cuando en cuando,
altas y ponderadas maravillas
en recíproco amor juntos tratando;

verás por las marítimas orillas
la espumosa resaca entre el arena
bruñir mil blancas conchas y lucillas;

en quien hiriendo el sol con luz serena,
echan como de sí nuevos resoles
[380]
do el rayo visüal su curso enfrena.

Verás mil retorcidas caracoles,
mil bucios estriados, con señales
y pintas de lustrosos arreboles:

los unos del color de los corales,
los otros de la luz que el sol represa
en los pintados arcos celestiales,

de varia operación, de varia empresa,
despidiendo de sí como centellas,
en rica mezcla de oro y de turquesa.
[390]

Cualquiera especie producir de aquéllas
verás (lo que en la tierra no acontece)
pequeñas en extreno y grandes dellas,

donde el secreto, artificioso pece
pegado está, y en otros despegarse
suele y al mar salir, si le parece;

por cierto, cosa digna de admirarse
tan menudo animal sin niervo y hueso
encima tan gran máquina arrastrarse,

crïar el agua un cuerpo tan espeso [400]
como la concha, casi fuerte muro
reparador de todo caso avieso,

todo de fuera peñascoso y duro,
liso de dentro, que al salir injuria
no haga a su señor tratable y puro;

el nácar, el almeja y la purpuria
venera, con matices luminosos
que acá y allá del mar siguen la furia,

ver los marinos riscos cavernosos
por alto y bajo en varia forma abiertos,
[410]
do encuentran mil embates espumosos,

los peces acudir por sus inciertos
caminos con agalla purpurina,
de escamoso cristal todos cubiertos.

También verás correr por la marina,
con sus airosas tocas, sesga y presta,
la nave, a lejos climas peregrina;

verás encaramar la comba cresta
del líquido elemento a los extremos
de la helada región, al fuego opuesta.
[420]

Los salados abismos miraremos
entre dos sierras de agua abrir cañada,
que de temor Carón suelta sus remos.

Veráse luego mansa y reposada
la mar, que por sirena nos figura
la bien regida y sabia edad pasada,

la cual en tan gentil, blanda postura
vista del marinero, se adormece
casi a música voz, süave y pura,

y en tanto el fiero mar se arbola y crece [430]
de modo que, aun despierto, ya cualquiera
remedio de vivir le desfallece.

En fin, Montano, el que temiendo espera
y velando ama, sólo éste prevale
en la estrecha, de Dios, cierta carrera.

Mas ya parece que mi pluma sale
del término de epístola, escribiendo
a ti, que eres de mí lo que más vale:

a mayor ocasión voy remitiendo
de nuestra soledad contemplativa
[440]
algún nuevo primor que della entiendo.

Tú, mi Montano, así tu Aldino viva
contigo en paz dichosa esto que queda
por consumir de vida fugitiva,

y el Cielo cuanto pides te conceda,
que nunca de su todo se desmiembre
ésta tu parte y siempre serlo pueda.

Nuestro Señor en ti su gracia siembre
para coger la gloria que promete.
De Madrid a los siete de setiembre,
[450]
mil y quinientos y setenta y siete.

 

Letter to Arias Montano

Montano, whose name is the first starred sign
through which the sun proceeds as it revolves
around the oblique circle of its sphere,

named thus by will divine to indicate
that in you Apollo begins to shine
the light of his heavenly instruction:

I am a broken, solitary man,
exposed to the blows of Fate like a leaf
withered by the blast of harsh Aeolus;

my time on earth is passing by condemned [10]
to the inferno of the common round
that always trades an evil for a good.

A soldier’s life I follow and profess
(o damning sentence of my destiny!)
which rewards the soul with two infernos:

the bones and the blood supplied by Nature
for me to live, I have in no small part
given over to a life of folly,

while I have faced so bravely the onslaught
of brazen Mars that I shall not be shamed
[20]
if Art is silent when the truth is told;

and the rich reward I have been granted
for what I now call blind intransigence
is that blind and intransigent I am.

I say no more for I could tell of things
that would dissolve a column of marble
into the tender drops shed by the eye,

and I shall not dwell on the interests
(how justified they were I cannot tell)
that prompted someone to prolong my woe;
[30]

still less do I wish to trouble you now
by telling the tale of my life from birth,
for which God will grant us a better time:

suffice it to say that I have witnessed
the lunar planet describe in the sky
four hundred and twice forty revolutions

while I have lived and breathed the common air
without achieving anything other
than injure myself with two cruel wounds,

and engage in close combat a demon [40]
whom at long last (o dear God, at long last!)
my hard-won perspiration is mocking.

But now (thank Heaven!) I am breaking free,
now I am cutting loose from the tether
in which obsequious hope had me twice bound:

I am resolved to quit the common path
followed by the crowd, and to travel straight
towards the homeland that is truly mine:

to enter the secret place in my breast
and there discuss with my interior self
[50]
his destination, place, life now, and past.

And seeking refuge from vain waywardness,
I shall in some high and deserted nest
bury my being, my life, and my name,

and as if not born in this present world,
there remain still, answering like Echo
the gentle call of God, heard by the soul

(for when the soul is contemplating well,
what should she be if not an echo
responding to eternal Beauty’s call?),
[60]

and thence send back my messages of love
from the trembling cavern of the body
to Narcissus the transcendent lover,

while by his favours inwardly enriched
she derides with compassionate contempt
the ignoble call of worldly lovers.

No leaf stirs on the ground or in a tree
without its movement prompting in the soul
renewed devotion, causing God delight,

and just as through a still a fire draws out [70]
fragrant dew from the centre of a rose
whose body has been placed within its heat,

so will she distil, readied by love’s fire,
a beauty varied and intangible
from the world’s expansive countenance;

and from there she will soar to such a height
that finding she is lifted now so high
she will lose awareness of her nature,

and come to see that its capacity
has there expanded almost to the point
[80]
of transformation into her first Cause.

Her eyes and her ears, her feet, hands and mouth,
speaking, working, walking, hearing, seeing,
will be a rock submerged within God’s sea;

and like a fish in the tall, stupendous
glass of the Ocean, her thoughts will travel,
coming from God and to God returning:

there she will find that motion is stillness,
as if the mind were circling the divine
centre, glorious source of contentment;
[90]

for because the high and spherical path
of heaven fills it with life and pleasure
without it ever shifting from its place,

the soul, on obtaining what she hoped for,
will best find stillness by moving within
the place that she reaches above the world,

where she improves so much that she becomes
transfigured into it (as I have said),
leaving the mortal veil almost lifeless:

not that the special nature of the soul [100]
once submerged within the deep divine sea
ceases in the Maker to be creature,

or is annihilated and destroyed,
like perspiration on a burning face,
entirely swallowed by the heavy sea,

but she is like air in which the bright sun
extends as light, for radiance and air
combined seem to the eye a single thing.

It is indeed true that the happy flight
to a peak so sublime is often checked
[110]
by the terrestial weight of the body,

but Jacob’s ladder none the less comes down
to the lowly earth, and so we may climb
to the castle fortress of high heaven,

for as we rise we will no doubt receive
the help of more than one caring angel
to ensure our journey is delightful.

If the sun with little burning power
can raise up heavy vapours from the ground
into the highest region of the air,
[120]

will so many guardians in heaven
bring to bear a less effective power
to carry up a simple soul to God?

But since my bark, Montano, with sail spread,
is racing over this enormous sea,
seeking in the infinite a landfall,

I shall, to weave a tapestry so rich,
consider from far back what can be done
by the soul that flies to attain its Cause.

It seems to me, Montano, she should seek [130]
a place that opens up a path to thought
directed in a gentle way to God,

where all distractions caused by outward things
desist, and where the soul, withdrawn within,
can start to ponder with attentive care

how she – until created by the Lord –
had no existence, no means of escape
from that privation known as nothingness;

and noting that deep sea of oblivion,
that extensive void without a foothold,
[140]
considered long before her own non-being,

say to God, ‘O Cause of my existence,
how you drew me from that dark extinction,
enriched with gifts of life and of free-will!’.

There, exultant in the greater nature,
let the soul continue forward gently,
marvelling with joy at her good fortune;

let her plunge fully in the source divine,
and drenched there in the liquid that gives life
emerge to find she is within Time’s stream:
[150]

she will see herself as a line produced
from the eternal centre, and lowered
in a mortal self to rule human life

from within the prison of the body,
set there as the horizon of two worlds,
this changing one and one unblemished, pure;

and turned towards her end, alone worthy
of love, may she find within it a most
joyful mode of life, noble and lasting,

and be aware that God’s generous hand [160]
fashioned things so numerous and varied,
including the most sordid and the least,

without granting Principal Qualities,
the heavens in their luminous beauty,
or angelic choirs in the Empyrean,

a power sufficient for them to make
the least and most repugnant of creatures
that mud conceals; such exploits none can do.

May the soul fall in love once made aware
that God is so good that a little worm
[170]
can call him Creator without reserve,

and may the day of contemplation dawn
within her slowly, as she draws from God
the light and heat he sends her from above.

Let her rest from time to time, not striving
to ascend, so as not to snap the thread
that love is weaving continuously,

and she will find she has been overwhelmed
with joyous pomp and a divine favour
made more complete by her lack of movement.
[180]

I say again the loving breast should wait
for the rich and heavenly infusion
from above, humble, mindful and at rest,

refraining from all statements of her own,
for in such a place the most fluent tongue
must of its nature stammer and lose track.

Let her open wide the solid doorway
of her loving, for the sun does not move
faster through the region of open air,

nor did the waters of the world descend [190]
into the twilight region and fill up
the high, open ground less abundantly,

than does that Nature, greater and supreme,
make full the soul with sentiments divine
when she prepares to open up to it.

Not that such things should lead her to presume
she has sufficient merit in herself
to make the Mind Supreme somehow obliged,

for just as the earth does not have power
to make heaven wash in ambrosial rain
[200]
a valley, a plain, or a mountain range,

and just as ice cannot produce flowers,
or an arid desert and sandy ground
bring into existence a verdant plant,

so in a higher, more exalted way
the soul is powerless to draw down grace
from the good that lifts her to such a height:

it is God’s gift and his munificence,
his authority blessing our being,
overriding our own unworthiness,
[210]

and when he bestows the crown of glory
it is the ultimate favour, crowning
the merits gained as if they were his own.

Let the soul, then, drink from the divine breasts
an infusion of grace without striving,
without desiring to feel fresh blessings,

for the more diligence seeks there the less
it finds, and favours are often transformed
into renewed warfare within the soul.

A person bathed in sunlight has no need [220]
to seek the splendour of the sun, nor does
rich April need to beg plants and flowers;

and the humid fish within the abyss
of the Ocean is not covered over
by heavy salt water more completely

than the soul, raised above human affairs,
and no longer curious and striving,
is covered by that great transcendent sea,

not only, like the fish, externally,
but inwardly, and all the more so since
[230]
the heat she feels within proceeds from fire.

I say that once at rest the soul should wait
on God like an eye that as it closes
enters pleasingly into sightless sleep,

for when a person strives to fall asleep
their anxiety unravels the thread
of slumber, which is granted when not sought;

she will find that she is made, remarkably,
both entirely refreshed and rejoicing
by a sacred Nile flowing out from God;
[240]

with all her light foregathered in one point,
she will gaze on that Light of which she
is unworthily image and likeness,

and like the matutinal star of love
within the abyss of eternal day
she will be veiled wholly in bright beauty.

Like the Jewish girl of great loveliness
who, fearful as a maiden or novice
when she saw Isaac coming towards her,

placed her cloak over her face as a veil, [250]
and coming down quickly from her camel
welcomed humbly her chaste and holy groom:

so should the soul prepare for God to act
and come down from her haughty presumption,
with a veil over her face and head bowed,

and that sacrosanct and living power,
singular, creative, and redemptive,
receive into herself, deeply humble.

But who can relate, who can now express,
the feelings of a most unusual kind
[260]
that the soul treasures in its faculties?

Those most opulent accumulations
of infusions received from high heaven,
explorations of love without number;

those illuminating admonitions,
gift of God’s super-essential Muses,
from which all things contingent are banished;

those divine resources of nourishment
that make possible immortality,
exceeding all natural nutrition;
[270]

those (how shall I put it?) crowning favours,
secrets never heard, never seen, before,
outstanding feature of the gift of love.

O great, o most richly endowed conquests
of the Indies of God, of that great world
so hidden from the gaze of worldly eyes!

But woe is me! I am entering depths
where there is neither seabed nor shoreline,
and unless I turn I shall sink and drown.

Enough. I could not go on even if [280]
I wished. My hand reached as far as my sight.
Now the way forward is barred to them both.

Did you note well, most learned Montano,
did you note how I went forth, more reckless
than the Cretan father’s unbalanced son?

To treat this topic falls to you alone,
on whom Heaven pours its gifts of knowledge
so that the world by them may be enriched;

for your sake the nine sisters of Pindus
abandon their mountains and beloved
[290]
springs, in which thirst is satisfied and slaked,

and now translated to holy Sion
they are hearing, attentive and humbled,
the prophetic choir expressed in your voice.

Greatly blessed is that man whose destiny
is to be with you in wood or mountain
or shaded vale, or on the highest crag!

O three, four times would I be counted blessed
if that person were Aldino, if I
were he, if in such a fortunate life
[300]

I could accompany you, far removed
from error, illusion, and disturbance,
as if not reckoned by the world its own!

A mountain, they say, stands high and sublime
(and so much so that its exalted peak
seems to lay Heaven under glorious siege),

and there a shepherd on top with his flock
sees thunder running underneath his feet
within a nebulous and frozen clime;

he breathes air that is pure, vital and still, [310]
in freedom and untramelled in that place
almost newly made, removed from the world,

without the hindrance of unruly winds,
intensive hailstorms, lightning bolts unleashed,
or the heavy, humid breath of the earth:

it is all as tranquil as fertile May,
bathed in sunlight most pure and temperate,
untried by the sorrows of ice or heat.

You, Montano, resemble the great peak
of this huge mountain, for living with you
[320]
spells the death of all heaviness of heart,

it means overcoming one’s enemy:
observing how the thunderclap of pride
breaks the composure of one’s closest friend;

perceiving the clouds of envy discharge
a fierce hailstorm of malicious gossip
and the winds of vainglory strongly blow,

watching the deadly lightning bolts of lust,
the heavy breath of sloth and avarice,
and all the rest the ancient father made;
[330]

and freed from this vile crowd that makes the world
a vicious place, relishing the glory
and the justice the sun lights up in you.

The soul that enjoys unity with you
will without doubt repress any desire
that life places in the way of its good;

it will manage to combat the earthy
Antaeus of its rebellious body,
even if it wins by force and cunning,

and almost a heavenly Hercules, [340]
it will lift that blemished foe in the air
to prevent it drawing strength from the earth,

enough to make sure that the sensitive
affect does not put its foot to the ground,
and that herculean valour rules the foe;

the soul will distance the body, at one
with herself and in charge, firm in the strength
of her breast, which metes out great punishment;

her arms will be fear of God and penance,
and she will be crowned with the diadem
[350]
of charity, quintessence of valour.

But to conclude a theme that is so vast
I wish to paint the place in which I long
to be, with Montano, at my last hour.

I do not seek a high, regal mountain
on whose windswept top one discovers
snow three layers deep during summer months;

still less a valley, deep, obscure and damp,
where a river rushes down in torrents
along a twisting and uneven bed:
[360]

the parts that Nature treats with more favour
are moderate: they are always fruitful,
always covered in enamelled flowers.

I also desire, among other things,
to find, Montano, not far from our nest
the great ocean with its boisterous waves:

to see two elements, one of them moved
by the disdainful air, the other fixed
and established on its own foundation;

one unsettled, the other made even, [370]
one in a thousand colours, the other
reflecting the blue of a cloudless sky.

We will go down that way from time to time,
talking of great marvels we have pondered,
united in reciprocated love;

You will see waves on the shores of the sea
polish and shine in foam as they retreat
a thousand white shells lying in the sand,

which when the sun strikes them with serene light
send back, as it were, new suns of their own
[380]
that stop in its course the ray of vision.

You will see a thousand spiralled conches,
a thousand fluted molluscs, with the marks
and the tints of radiant sunsets and dawns:

among them some the colour of coral,
others the colour of light that the sun
captures in the hues of painted rainbows,

varied in their activity, diverse
in design, discharging what look like sparks
in a rich mix of turquoise and gold.
[390]

You will see that a number of conches,
both some very tiny and others large,
produce species of shell (not found on land)

where a hidden fish, cleverly crafted,
is attached, while in others it often
breaks loose, swimming, if it wants, out to sea;

it is indeed a marvel that so small
an animal, lacking both nerves and bones,
should crawl forward on so large a machine,

that water should engender a body [400]
as thick as a conch, as if to supply
a strong wall against any misfortune,

wholly rock-like and hard on the outside,
but soft within, so that it does no harm
to its gentle, pure lord when he goes out;

mother-of-pearl, clams, and purplish scallops
you will see, their luminous shades changing
as the stormy sea tosses to and fro,

sea cliffs pitted with caves varied in size,
some above water and others below,
[410]
where the foaming sea pounds a thousand times,

and fish approaching on uncertain paths,
their gills tinted purple and their bodies
covered entirely in scaly cristal.

You will see also the ship running fast
across the sea, its air-blown sails aslant
and speeding, on its way to distant climes;

and the curved crest of a clambering wave
as it rises into the far-flung parts
of the frozen region, opposed to fire.
[420]

We will watch the salted depths open up
a gorge between two mountains of water,
making Charon drop his oars in terror.

Then the sea will appear still and tranquil,
a scene figured for us as a siren
by the age now past, well-ordered and wise,

inducing the seafarer who sees it
so well-mannered and mild to fall asleep,
as if lulled by singing gentle and pure;

and meanwhile the untamed sea turns stormy, [430]
rising so fast that even if awake
he would lose every hope of surviving.

In short, Montano, only one whose hope
is fearful and whose love is vigilant
comes through the narrow strait of God’s sure way.

But now it seems my pen is exceeding
the limits of a letter, as I write
these words to you, the best part of myself.

I am leaving to a more fitting time
any joyful insight I may yet gain
[440]
into our contemplative solitude.

Dear Montano, may you live, and with you
your Aldino, in happiness and peace
the time remaining of this fleeting life,

and may Heaven grant you all you request,
always shielding this your part to ensure
it never is dismembered from the whole.

Our Lord sow in you the seeds of his grace
and so reap the glory he promises.
From Madrid on September the seventh,
[450]
Fifteen hundred and seventy-seven.

Source

Francisco de Aldana (1985), Poesías castellanas completas, ed. José Lara Garrido (Madrid, Cátedra), 437-58. English translation by © Terence O’Reilly 2021.